¡Guau!
Hay
días que te levantas con la pata
izquierda, y no, no me estoy refiriendo a aquellos en los que hay menos comida
o no te dan los mimos necesarios, no. Me refiero a esos días en los que notas
que todo te sale mal y que tu suerte
brilla por su ausencia. Esos son los días en los que te levantas con la pata
izquierda. En los otros, como mucho, te despiertas con la pata derecha trasera.
Hoy
han pasado cosas que van a marcar mis meses de verano, y ya os lo advierto, no
son nada buenas. ¡He tenido que ir dos
veces al veterinario! Me han hecho muchísimo daño.
Para
los que no me conozcáis, voy a intentar poneros en situación. Tengo un pelaje y unas orejas preciosas,
que son la envidia de cualquier ser de la naturaleza. Lo que pasa es que, para
no ser de forma tan clara el ser más maravilloso del mundo, el Dios Salchicha
tenía que fabricarme con algún desperfecto,
para evitar que las envidias delas que dispongo fueren mucho más altas que las
que hay ahora mismo.
Ese
desperfecto es que soy propenso a que se
me claven espigas, o ramitas secas picudas, en los oídos.
Cuando
hoy me levanté, fui como todas las mañanas al bosque. Allí corrí, marqué mi
territorio y recibí abrazos de todo el que me cruzaba. Todo perfecto. Pero
cuando me acerqué a una planta a olerla… ¡ZAS!,
noté el pinchazo muy cerca de mi tímpano. Una rama muy afilada se había metido
hasta dentro. Intenté sacudirme, restregarme contra el suelo, e incluso
quitármela con la pata. Nada dio resultado. Por ello fui rápidamente a buscar a
mamá para que me ayudase.
Ella
me miró preocupada. «¿Estás bien, Koko?». Pero nada, le indiqué dónde me dolía
y ella me miró. Solté un gritito de
dolor cuando me tocó la oreja. Menos mal que no había más perros cerca, no
puedo permitirme que piensen que tengo sentimientos.
Entonces
me cogió con la corre y corrimos al veterinario. Ella no paraba de repetirme
cosas como «¿Otra vez?» o «Entre trescientos elegimos el mejor, eh», aunque
todas ellas las decía con una sonrisa en los labios.
Llegamos
a nuestro destino y el veterinario me acarició la cabeza. Me miró con sus
cacharros dentro del oído y le dijo a mi madre que me tenían que dormir. Me pincharon con una aguja muy grande y,
poco a poco, caí dormido.
Cuando
me desperté me sentía como si volaba.
Todo daba vueltas y yo solo sentía ganas de reír. Me di cuenta de que en las
alturas avanzas mucho más lento. Me costaba muchísimo esfuerzo mover las patas.
Supongo que las grandes corrientes que por ahí circulan haciendo volar a los
gatos con alas serían las culpables. Algún
día tendría que aprender a volar. Seguro que puedo coger las alas de hada
que mi hermanito me regaló un día.
Llegamos
a casa. Yo seguía demasiado mareado., así que decidí pasarme el resto del día
tumbado. Pero mi cuerpo no iba a dejar.
Durante horas estuve vomitando y teniendo arcadas. Yo intentaba llorar y
acercarme a mi familia para que me cuidase, pero estaba tan cansado que se me
cerraban los ojos. Por suerte, casi todas las veces en las que mi cuerpo se
despertaba de repente con ganas de vomitar estaba alguno de ellos sujetándome la patita.
Por
la noche volvía a tocarme salir. Cuando dijeron «a la calle» mi cuerpo se
levantó como si tuviese muelles en las patas, aunque mi cabeza estuviese
todavía viajando por mundos paralelos.
Fuimos
al descampado a buscar a mis amigos y allí me puse a jugar. Corrimos, saltamos
unos encima de otros, y… ¡ZAS! ¿Otra
ves se me había vuelto a clavar otra? Pero esta era mucho más profunda. Intenté
arrastrarme por el suelo y quitármela, pero nada. Me dolía mucho. Cuando ya no
lo pude soportar eché a llorar. Temblaba y lloraba. Todo el mundo me estaba
abrazando, y aunque eso ayudaba teníamos que ir al médico ya. Lo necesitaba.
Nunca había sentido tanto dolor. ¿Por
qué me temblaba tanto el cuerpo?
Mi
hermanito y mi madre me metieron rápido en el coche y nos fuimos al veterinario de urgencia. Allí me puso
encima de la camilla y se dispuso a sacarme aquella rama. Pero espera un
momento, ¿por qué lo iba a hacer sin
anestesia? No no, duérmeme primero, por favor.
Le
escuché y oí como le decía a mi familia que no podía dormirme, que un perro no puede aguantar dos anestesias en
un día.
Entre
todos me sujetaron. Mi hermanito no pasaba de decirme al oído que todo iba a
estar bien, pero que tenía que ser fuerte. Me caí varias veces de la camilla.
Salté de dolor. Lloré como no lo había
hecho nunca, pero al final salió.
Me
soltaron y me restregué por el suelo, intentando que el frío del mármol calmase
un poco el dolor. Me seguía doliendo mucho pero ya no era como antes.
¿Lo
peor? Me han prohibido ir al descampado
y al bosque durante los meses de verano. ¿Qué se supone que voy a hacer
ahora? ¿Pasear con correa? ¿Cómo si fuese un perro más?
Entre
todos me volvieron a llevar a casa y mi hermanito me subió a su habitación.
Ahora escribo estas líneas mientras él
duerme abrazándome. Y si me perdonáis, creo que la historia es ya bastante larga.
Voy a apagar esto y voy a ponerme a abrazarle yo también.
Koko
Hola!!
ResponderEliminarUhhh... pobrecito! espero ahora esté mejor... a la perrita que tiene mi novio le pasó lo mismo, se le clavaron espigas en la pata de adelante.. Se la sacaron y todo, pero le quedaban más adentro; hasta que le cortaron con un bisturí y le pudieron sacar el resto. A ella no le pudieron poner anestesia porque es muy viejita..
Espero ya no se le claven más y se mejore de ese horrible día.
Saludos!!
Parece ser que mi perro no es el único pupas jaja. Bueno, esperemos que ahora ya no siga así, pero es que cada vez que ve espigas bucea en ellas...
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