jueves, 30 de julio de 2015

[Siri] Un mes para olvidar

Por fin he podido apartar a este gordo de la pantalla. Últimamente solo quiere escribir él, y cuando le intento quitar me ladra. Vosotros no lo habéis visto, pero bajo ese aspecto fofo hay espacio suficiente para que resuene un gruñido muy fuerte.

Como habéis podido imaginar, sí, después de tanta espera y entradas sin sentido que hacía mi hermano, hoy Siri vuelve a coger los mandos. Ya podéis estar felices.



Aunque hoy no tengo nada bueno que contar. No, no, no. Todo lo contrario. Quiero explicaros el mes tan malo que he tenido.


¿Por dónde puedo empezar? ¡Ah, claro! Por la operación. La primera semana del mes, sin avisarme ni nada —si es que yo soy la última mona de esta casa— me llevaron al veterinario, ¡y me dejaron ahí! Sola, con esas personas tan malas que te hacen cosas como pesarte, mirarte la boca o pincharte. ¡Si es que tiemblo solo de pensarlo! Cogieron mi correa y la ataron a una argolla de la pared. ¡Cómo si fuese un gato! ¿No se daban cuenta de que tenían delante a una princesa? Parecía que no. Por mucho que tiré o lloré no me soltaron. Me acuerdo que llegaron y me miraron a los ojos. Ella, la más mala de todas, sacó una aguja del bolsillo de la bata y le metió un líquido muy espeso. Entonces me dormí. Lo siguiente que puedo recordar es que me desperté sin saber dónde estaba. La cabeza parecía que volaba. Pero lo peor sucedió cuando me levanté. Un dolor me recorrió la tripa. Algo que no había sentido nunca, era como si me clavasen mil cuchillos a la vez. Además era extraño, parecía que pesaba menos, como si algo que hasta entonces hubiese estado ahí ya no lo hiciese, algo que no sabía para qué funcionaba, pero que ahora tampoco sabré nunca. Me miré la tripa y lo vi, una línea roja que recorría toda mi barriga. ¿Me habían metido algo dentro? Dolía mucho.

No fue lo único que vi. Al principio no lo notaba, pero conforme iba pasando el rato empecé a darme cuenta de que tenía constantemente un punto negro delante de mi ojo derecho. Aunque llegué a pensar que me lo estaba imaginado, cuando intenté darle con la pata se movió. Entonces me di cuenta de que era real. ¿Qué me habían hecho en el ojo? Estaba cansada, desesperada, así que empecé a llorar.

Los veterinarios entraron. «¡Os odio!», pensé, pese a que dentro de mí creía que esta vez venían a ayudarme. No podían hacerme nada más. Me equivocaba. 

Mientras él me acariciaba la cabeza y me decía que todo estaba bien, ella, otra vez ella, aprovechó mi descuido y me puso un plástico en la cabeza. «¡Dios mío! ¡Me han puesto la lámpara!» Aunque no sabía qué era exactamente, tenía recuerdos de cuando era muy pequeña en los que mi hermano la llevaba. Lo pasó fatal, ni él se merece eso. Le recuerdo llorando al no poder olisquear el suelo, lleno de frustración y tristeza.



Al rato vino Mamá y me llevó a casa. Fue un paseo más largo de lo normal. Yo andaba muy lenta, aunque tengo que decir que creo que el suelo hacía trampas, iba en dirección contraria. Llegué y me tumbé. Estaba muy cansada. Solo quería descansar un rato. Me lo merecía. Yo, tan buena, tan limpia, y tan atenta… y así me lo pagaban…

No fue todo. Un par de semanas más tarde algo más pasaría. ¿Os puedo confesar una cosa? Soy muy exquisita comiendo. A mí no me puedes dar lo mismo que le darías a cualquier chucho que vieses por la calle. Soy una reina, y como tal me debes tratar.

Pues mis dueños al principio no lo entendían. Mamá y Hermanito me daban siempre un pienso al alcance de cualquier perro, independientemente de su cartera, y yo soy distinguida. Además, ¿cómo creéis que tengo este cuerpo de diez? Comiendo poco y haciendo mucho deporte. Me gusta cuidarme.



Esta semana llegó una nueva marca de comida. Es la que come el primo Tomi y a él le tratan como un rey. Me gustaría estar con sus padres un fin de semana. ¿Hacemos un intercambio perruno? Una vez me dieron a probar y me encantó. Se notaba el cariño que le habían puesto en su procesado, esa mezcla de sabores que confluía en el paladar… Era impresionante. Claro, ¿qué pasó?  Yo empecé a comer sin parar, y acostumbrada solo a cenar… Y aquí estoy, hablando con vosotros, al día siguiente, con un dolor de barriga que no es normal… Tendré que volver a portarme como una reina, no como una troglodita.


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