Hoy os traigo algo distinto. Si alguno de los presentes acostumbra a leer mi blog principal, sabréis que una de las cosas que más me gusta hacer con mi tiempo es aprender, y que por ello he dedicado muchas horas este año ha realizar diferentes cursos. El último que he llevado a cabo era uno de comunicación escrita en Cálamo & Cran, en cuya prueba final me daban la oportunidad de redactar un texto que contase la historia de un perro que se despierta en la Gran Vía de Madrid, entre otras muchas opciones.
Está claro cual elegí, ¿verdad? Os dejo con mi pequeño relato. Espero que os guste leerlo.
¡Guau!
¿Sabéis
por qué me encanta la primavera? Porque por la tarde, cuando el sol está
empezando a caer, se nota en el ambiente una sensación de calidez acompañada de
una ligera brisa que me da ganas de quedarme tirado en el suelo del jardín y no
hacer nada más. Ahora mismo estoy viendo como mi dueño viene a saludarme,
¡genial!, ¡me va a acariciar la tripita!, por ello me doy la vuelta y me pongo
bocarriba para que su mano encaje perfectamente con mi barriga. A medida que me
va rascando voy notando como una sensación de placer me secuestra…
Cuando
abro los ojos solo puedo pensar «¿Dónde demonios estoy? ¡Esto no es mi jardín!
¿Y mi dueño?» Estaba tranquilamente tumbado y ahora me encuentro en un lugar
que no conozco. Se parece a los sitios por dónde paseamos pero es mucho más
grande y su olor es totalmente distinto, ¡está todo lleno de luces! ¡Qué chulas
son! Hay una especialmente brillante que está llamando mi atención. Es como una
personita de color verde que parpadea y suena. Con cuidado comienzo a caminar
para aproximarme a ella y cuando me sitúo a medio camino, esta cambia de color
y pasa ser roja. Entonces no sé qué ocurre, que cientos de coches empiezan a
correr y a pitar, miles de personas se gritan unas a otras debido a las prisas
con las que se mueven, los vehículos empiezan a pasar a mi lado, esquivándome
en el último momento. Yo me bloqueo y me tumbo contra el suelo. El miedo
circula desde mi hocico hasta los dedos de mis patitas, mientras noto como las
lágrimas empiezan a llegarme a los ojos. No puedo moverme, «¿dueño, dónde
estás? ¿Por qué me has dejado aquí solo?»
De
pronto la luz verde vuelve a aparecer y los coches comienzan a frenar. Abro los
ojos para ver si puedo moverme y me doy cuenta de que ahora estoy rodeado de
personas que no paran de mirarme. Ninguno es quién yo quiero que sea. Me tocan,
me sujetan las patas. Me están asustando aún más. Ladro y gruño, solo quiero
que me dejen en paz, incluso llego a amagar con morder a uno de los que se me
acercaban. Aprovecho el desconcierto que provoca mi movimiento para empezar a
correr e intentar escapar. Encuentro una pequeña esquina resguardada donde
parece que no hay nadie y me oculto en ella, alerta, preparado para defenderme
si alguien viene a molestarme.
No
sé cuanto tiempo pasa, pero empiezo a sentir cómo me rugen las tripas. «Ahora
te echo más de menos, dueño mío, ojalá te tuviese aquí junto a tu nevera». La
imagen de una salchicha pasa por mi cabeza, al mismo tiempo que me imagino
estar oliendo una. Espera, ¡No!, la estoy oliendo de verdad. Como un zombi que
persigue a su presa, sin poder aguantar la tentación y, con mucho cuidado, pues
ya he aprendido que tengo que esconderme de la gente, camino hasta un sitio en
el que sirven esa comida de dioses. Hay algo que no me cuadra, por lo que veo en
el dibujo, al fiambre está cubierto por dos rebanadas de pan. «¿Quién cubriría
salchichas con otra cosa que no fuesen salchichas? Estos humanos tienen cada
cosa…». Pongo mi mejor mirada de pena y mis ojitos de perro abandonado, que
tantas veces tuve que esgrimir antes de que me adoptaran, para que el vendedor
se apiade de mí. Sin embargo, este no parece ser precisamente un amante de los
animales, ya que saca un palo e intenta golpearme con él. Yo vuelvo a correr,
cierro los ojos asustado. «Ojalá no estuviese aquí, me gustaría tanto estar con
mi familia de nuevo. Igual si no paro de moverme pueda escapar». Corro, y corro
y vuelvo a correr, sin observar hacia donde mi dirijo. Y de pronto, tras oír el
sonido de unos frenos luchando contra la fuerza de la gravedad, noto un impacto
contra mi regazo.
—Koko,
¿jugamos a la pelota? —me dice mi dueño con una sonrisa—. Venga hombre. Con lo
bien que se está ahora en el jardín es el mejor momento para hacerlo. Deja de
dormir ya, gordinflón.
Me
inclino sobre mis patitas y miro alrededor. Estoy en el jardín de mi casa. Ha
anochecido un poco, pero la brisa primaveral sigue refrescando mis orejitas.
Veo a mi dueño haciendo aspavientos y me doy cuenta de que tengo el balón de
fútbol sobre mi regazo. Le doy con la cabeza y se lo devuelvo. Sonrío y corro hacia él. Me lanzo encima y le empiezo a
chupar toda la cara mientras no puedo esconder mis lágrimas de felicidad.
«Vuelvo
a estar en casa»
Las salchichas deberían ir recubiertas de más salchichas.
ResponderEliminarSiempre, la duda ofende.
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