¡Guau!
«¿Mamá?
¿Dónde estás, Mamá?»
No
puede ser. Me han vuelto a abandonar. «¿Dónde se ha metido?» Vi salir por la
puerta a Hermanito con Mamá y solo ha vuelto él. Al principio no me había
preocupado. Seguramente se había ido a dar una vuelta con alguna amiga, no
puedo pretender ser yo el único que le dé felicidad dejándome acariciar, pero
es que ya han pasado más de dos paseos
¡Y ella no aparece!
¿Se habrá cansado de mí? Seguro que ha
encontrado otro perro más bonito. No, no… eso no es posible. ¿Más bonito que yo? Lo más probable es
que vuelva más tarde. ¡Ya sé! Voy a darle una sorpresa. Bajaré hasta la puerta de su habitación y esperaré allí hasta que
vuelva.
«Koko,
a la calle», escucho desde lejos. Pero no es Mamá, es solo Hermanito. Subo
corriendo para ir al baño, pero aunque veo que él quiere dar un paseo mucho más
largo vuelvo a casa rápido. ¿Estará
ya Mamá? En el sofá no está, así que bajo corriendo a buscarla a su habitación.
Tampoco…
Se
ha hecho de noche y Mamá no ha venido. Se ha cansado de mí… sabía que no tenía que comer tantas salchichas
ni ofrecerle tanto mi tripa. Ahora ya no la valora y se ha ido a buscar
otra más mullida. ¿Y yo ahora qué puedo hacer? Hermanito está bien pero no es Mamá.
Como me gustaría tener una olla de lentejas para desahogarme… El dinero no da
la felicidad, pero la comida sí.
Vuelve
a ser de día. Lo primero que hago es
volver a bajar hasta la puerta de la habitación de Mamá. Tampoco hay nadie.
Pero no me rindo. ¿Y si se ha vuelto a cambiar la habitación con Hermanito?
Subo los escalones más rápido que nunca y llamo a su puerta. No está totalmente
cerrada así que puedo abrirla con el hocico… y dentro solo está Hermanito
durmiendo. Salto encima y le lamo la cara. Necesito que se despierte y que me
cuente qué está pasando. Abre los ojos mínimamente y yo suelto un gimoteo —pero
gimoteo de macho—. Él bosteza y me mira. Creo
que no entiende la gravedad de la situación. ¡Hermanito, Mamá no está!
Hermanito
se levanta y me acaricia la cabeza. Me dice que vamos a la calle y me pone la
correa junto con la otra. Andamos durante mucho rato —hay que aprovechar que
todavía no hace calor— y compramos el pan —qué bien huele cuando está recién
hecho—. Todavía me acuerdo aquel día, cuando acababa de llegar, que le quité una barra a un hombre que caminaba
despistado. «¡O proteges tu comida o morirás de hambre!», pensé. Después
Hermanito me dijo que ya no tenía que luchar por comer.
Llegamos
a casa y volví a buscarla. Nada. Me
acerqué a Siri y la miré por desprecio. «Esto es culpa tuya» le gruñí. «Si
no hubieses roto todo lo que has cogido no nos hubiesen dejado solos». «Yo era
más feliz sin ti, perra del demonio».
Me
acerqué a los conejos y los miré. Ellos sí que eran felices. En sus pequeñas
cabezas no cabía información. Solo les preocupaba comer. Qué duro es ser un perro…
Entonces
escuché un ruido fuerte y salí corriendo. ¡Hermanito
sálvame! Llegué hasta su habitación y salté encima. Mi primer intento no lo
calculé correctamente y me golpeé contra su rodilla, cayendo inevitablemente
hacia atrás. Cuando se me pasó el desconcierto por el golpe volví a saltar y le
abracé. «Hermanito, acostúmbrate, ahora somos solos tu y yo». Él ni siquiera
estaba triste. Parecía que disfrutaba sin Mamá… Su alma era peor que la de una salchicha de verduras.
El
día siguiente amaneció y Mamá tampoco dio señales de vida. Ya llevaba tres días
desaparecida. Sabía que no iba a volver.
Por ello me acerqué a Hermanito y me tumbé con él. Ahora era él quien me sacaba
siempre, quien me daba todos los días de comer y el que me daba la pastilla de
la vida. Éramos un equipo de dos. Si solo me quedaba uno no iba a querer
compartirlo con nadie, por lo que ya empecé a maquinar como deshacerme de Siri.
Molestaba.
Cuando
ese día se hizo de noche alguien entró por la puerta. ¡ERA MAMÁ! ¡MAMÁAAAAAAAA! Dejé de mirar a Hermanito y me fui
corriendo a por ella.
¡MAMÁAAAA!
Ay que mal lo he pasado por el :(
ResponderEliminarPues la entrada que viene es aún peor...
Eliminar