¿Sabéis una cosa? A pesar de
todas las veces que os he contado que siempre he sido muy bueno con mi nueva
familia, han existido dos momentos en los que no actué bien. Me puse violento
con ellos y vi cómo se asustaban de mí. No puedo controlarlo, esa situación es
superior a mi fuerza. Poco a poco voy dominándola cada vez más, pero cuesta.
El momento del que os hablo es
aquel en el que me regalaron mi primer hueso. ¡Un hueso! No hay nada más
especial, más chulo y más rico. Lo malo es que con él me pasa algo semejante al
Dr Jekyll y Mr Hyde. Sale mi otro yo, y te recomiendo que cuando esté fuera no
te acerques a mí, y sobre todo, ni se te ocurra intentar vacilarme. Te voy a
ladrar. Te voy a ladrar mucho. Pero no como cuando ladro a otro perro. No. En
estos casos lo que me pasa es que se me cruzan los cables. Voy a empezar
mirándote como si tuviese una angustia que no pudiese controlar. Aléjate, pues
a partir de este momento no te puedo asegurar que consiga controlarme. Si te
acercas más verás cómo empiezo a abrir la boca y enseñarte los dientes. Me
oirás gruñir, un gruñido de esos que se te meten en la cabeza y te van a hacer
sentir miedo. Mucho miedo. Dentro de mí estaré notando como comienza a
nublárseme la vista, a sentir una presión dentro que se me hace muy difícil
controlarla, una necesidad imperante de proteger el hueso. Si haces un solo
gesto, el más leve movimiento, me lanzaré a ladrarte con una cara que no has
visto ni al peor asesino en serie. Si sigues ahí te morderé. Aléjate. No es el
momento adecuado.
Me dieron el hueso después de la
comida, y yo como cualquier tesoro de los que tengo, me lo llevé a mi cama para
empezar a mordisquearlo y jugar con él.
Al rato se acercó mi madre
queriendo jugar. Ni ella ni yo sabíamos cómo íbamos a reaccionar. Ninguno de
los dos esperaba esta situación. Intentó jugar conmigo, e hizo el amago de
tocarme el hueso. Ladré. Gruñí. Sabía quién era, que no iba a hacerme daño,
pero mi mente era incapaz de controlar mi cuerpo. Era demasiado para mí. Parecía que quería matarla.
Ella llamó a mi hermanito. Cuando
vino mi madre le contó todo y él no se lo creyó. Confiaba en mí. ¿Cómo me iba a
comportar de ese modo?. Simplemente intentó acariciarme, y cuando lo hizo le
mordí. Le mordí bien fuerte, y tras ello empecé a ladrarle hasta conseguir
encerrarlo en su habitación. “Como salgas te saco alguno de tus preciados
órganos y me hago una merienda con ellos” Pensaba yo en todo momento.
Por fin me dejaron tranquilo.
Pude acabarme el hueso en paz.
Fue cuando le di el último bocado
y vi que se había terminado cuando volví en mi ser. ¿Qué había hecho? ¿Cómo
había podido comportarme así? Mientras el último rastro de ternera marchaba
hacia mi estómago ya estaba arrepentido. Me iban a echar. Les veía asustados.
Ninguno de los tres quería ni si quiera acercarse a mí. Lloré. Mucho.
Fui uno tras uno pidiéndoles
perdón. Yo notaba que me miraban con miedo. Les costaba mucho hacer cualquier
gesto para acariciarme.
Me sentía fatal. Había hecho el
mayor error de mi vida.
Primero intenté ganarme a mi
madre otra vez. Poco a poco, agachando la cabeza pidiendo perdón, dándole con
mi patita, y chupándola un poco, conseguí que acabase perdonándome e
intercediera por mí con el resto.
El que más me costó fue mi
hermano. Estaba muy decepcionado. No quería ni mirarme. Si me acercaba me
gritaba y decía que me largase. No puedo culparle. Veía el miedo en sus ojos.
Estaba tan asustado que sufría. Él quería quererme y yo se lo ponía difícil.
Sin embargo, al final, tras mucho
intentarlo. Él me dio otra oportunidad. Me acarició. Por fin. Ahí sentí que
todo podía arreglarse y que podía relajarme de nuevo. Tenía una nueva
oportunidad. Ya no sé ni cuantas me han dado, pero sólo puedo dar gracias por
acabar aquí. Me entienden y me cuidan como soy. Y poco a poco voy mejorando.
Espero que os haya gustado mi
relato. No soy sólo esas facetas buenas y divertidas que habéis leído por aquí.
Tengo mi lado malo. Violento. Que gracias a mi familia cada vez estoy pudiendo
dominar más. Ellos entendieron que vengo de un sitio donde tenía que pelear por
cualquier gramo de comida, y eso no se olvida tan fácil. Pero me estoy
esforzando mucho por cambiarlo. Me cuesta, pero lo conseguiré.
¡Guau!
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