¡Guau!
¿No he escrito por aquí desde 2017?
¡Cómo pasa el tiempo!
Y estoy viendo que se han perdido muchos artículos y todo.
Joe, ¡con lo que me gustaba a mí ponerme en este blog!
Lo que pasa es que desde que Hermanito se fue de casa nadie me ha puesto a las teclas.
Y oye, que he seguido pasándomelo genial.
¡Hasta con la otra!
Pero digamos que hoy siento las patitas con ganas de bailar sobre las teclas.
¡Como cuando haces lo que haga falta por una salchicha!
La cuestión es que hoy me he despertado en un sitio diferente.
Calentito. Como entre nubes.
Aquí hay muchos perros, aunque todavía no se me acercan mucho.
Y por lo que sea, todo lo que me dolía del cuerpo hasta hora, ¡pues ya no lo hace!
Tiene que ser un buen sitio.
Supongo.
Aunque no sé ni cómo se llama, ni cómo he llegado aquí.
¿Quién me va a llevar a casa después?
Mientras me sirven salchichas infinitas, me doy cuenta de algo.
Tengo dos ventanas gigantes delante.
Una da a casa.
Con Mamá.
El nuevo sitio al que nos habíamos mudado hace poco y que me encantaba.
Porque donde está Mamá, estoy yo.
Y donde estamos juntos, estamos felices.
No sé cómo volver allí, pero supongo que en un rato podré hacerlo.
Que cuando se hace de noche, mi Mamá me necesita.
Ella no ha pasado los mejores años últimamente, pero conmigo ha sido más fácil.
Si estoy yo, todo es mejor.
Por la otra ventana, veo a Hermanito.
Hermanito, tengo tantas cosas que decirte.
No sé por qué, pero desde aquí puedo leerte la mente.
No me malinterpretes…
Siempre se me ha dado bien saber qué piensas.
Entender cuándo me necesitas.
Pero desde aquí, lo siento todo todavía más claro.
Y no.
No tienes que llorar.
No tienes que estar triste.
Hace unos años te hice una promesa, ¿recuerdas?
De hecho, ¡está escrita en este mismo blog!
Te dije que te entendía.
Te dije que te quería.
Y que pasara lo que pasara, estuviera o no estuviera delante, siempre estaremos juntos.
Siempre.
Ahora tengo una ventana para vigilarte.
Para ver qué es lo que haces.
Para saber que esos gatos no te hacen ni la mitad de feliz.
Y que si pudiera, saltaría en la ventana y te daría dos lametazos y un coscorrón.
Quiero que sepas, que siempre voy a estar aquí.
Mirándote. Viéndote. Escuchándote.
Sintiéndome orgulloso de ti.
Y además, hay algo que quiero contarte.
No se dice muy alto, pero me han dicho que puedo ir a verte por la noche.
Mientras duermes.
No sé por qué, pero así son las reglas aquí, aunque ya sabes que no soy mucho de ellas.
Pero que ahí podemos jugar. Podemos viajar. Podemos ser hasta pequeños otra vez.
Que tú tengas 18 y yo un año, ¡como cuando nos conocimos y nos sobraba la energía!
¿Qué te parece? ¿Quieres que esta noche vaya a verte y juguemos como siempre?
Porque esto va a ser para siempre. No lo olvides.
Somos Koko y Hermanito.
Y eso no se va a olvidar nunca.
Vaya, parece que se me acaba el tiempo para escribir.
No sé por qué, pero algo me dice que no voy a poder asomarme más aquí nunca.
Que esto es una cosa de cuando llegas, no de cuando te quedas.
Así que si no te vuelvo a escribir nunca, quiero que sepas que te quiero.
Que me cambiaste la vida eligiéndome.
Y que eso no lo voy a olvidar.
En ningún lado.
Por cierto,
Al llegar aquí se me ha acercado un hombre.
Me ha recordado mucho a ti.
Era mayor. De unos 83 años.
Con el pelo blanco.
Y cuando me ha visto me ha dicho.
¡Pero si tú eres el Koko!
Creo que te conoce.
No me ha dicho mucho, pero me ha abrazado muy fuerte.
Como lo hacías tú.
Y me ha dado las gracias por cuidar de ti cuando él ya no estuvo.
Seguro que sabes de quién hablo.
Bueno, tengo que dejarte.
Que estoy empezando a sentir el calorcito.
Y eso solo puede significar que me voy a levantar en brazos de Mamá.
Ah, ¡claro! Que no te lo he contado.
Ayer me puse malito y me llevó al médico.
Me dolía todo mucho.
Pero cuando me pusieron la medicación y me dormí en sus brazos, me sentí en el cielo.
Qué ganas de despertarme e ir a jugar de nuevo.
Te quiero.
Koko.
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