¿No estábamos en verano? ¿No se supone que tendríamos que estar sudando todo el rato? Vale, vale, la verdad es que la mayor parte del tiempo lo hemos estado sufriendo, pero… ¿por qué tienen que caer estos rayos? Son insoportables, se meten dentro de mi cabeza y me asustan. Cuando los escucho solo quiero subirme al sofá a que me abracen.
El otro día estaba con Mamá y La Otra en el descampado. Ella jugaba con otros perros, yo no, yo estaba delante de Mamá para que me acariciase la cabeza. Es mucho más divertido. Los otros perros huelen a perro y les gusta jugar como perros. No lo puedo soportar. Mamá no es así. Ella te mira, te rasca la cabeza y la tripa, y si me porto bien y no intento comerme a niños ni las tripas de otros animales, me da galletitas. Cuando me estaba acariciando el cuello sonó un ruido. Parecido al que hizo el ordenador de Hermanito cuando La Otra lo tiró al suelo desde la mesa y salieron cristales para todos lados, solo que mucho más fuerte. Con el primero me quedé paralizado. Miré a Mamá y se me escapó un lloriqueo, pero bueno, «seguro que no es nada», pensé. Me equivocaba. Un instante después el cielo volvió a iluminarse y tras ello volvió a sonar el ruido. «Yo no quiero estar aquí», grité entre lágrimas. Salí corriendo a la puerta del vallado. Estaba cerrada. No importaba. De un cabezazo pude abrirla. Me hice daño pero eso ahora no importaba. Lo único necesario era estar en el sofá tumbado, porque si Mamá te abraza en el sofá nada puede ir mal. Mamá gritaba detrás que no me fuese, que la esperase. Yo no podía evitarlo. A Mamá hay que hacerle siempre caso, pero esta vez mi cuerpo funcionaba solo. Las patas se movían cada vez más rápido. De pronto noté que algo saltaba detrás mío. Era Siri, me perseguía, aunque ella no paraba de reírse. Intentaba saltar encima mío para jugar, así que le tuve que decir, educadamente, con un gruñido de muerte, que si me volvía a tocar me iba a comer sus entrañas para cenar.
Llegué a la puerta. Los sonidos no paraban. «Mamá, llega ya, por favor». Cuando lo hizo abrió la puerta y yo salté corriendo al sofá. Allí la esperé y cuando se sentó me tumbé encima. Ahora sí que estaba todo bien.
Hermanito y Novia estaban arriba. Estaban viendo una película. Yo seguía asustado, temblando, así que cuando Mamá se fue a buscar a Hermanita subí corriendo con ellos. Necesitaba que me siguiesen abrazando para estar tranquilo. Me tumbé encima de Novia y me quedé quito mientras los dos me tocaban la barriga. Estuvimos así por lo menos quince minutos, todo el tiempo que Mamá estuvo fuera. Cuando oí que llegaba, incluso antes de que abriese la puerta, salté de sus brazos, golpeando sus caras y brazos. No importaba, tenía que ir con Mamá.
Al final Mamá se fue a la cama y yo seguía igual. Fui corriendo a su puerta. Igual en algún momento de la noche salía y me volvía a abrazar. Pasaron minutos, una hora… y no lo hizo. Me quedé esperando, por si acaso. Entonces escuché como Hermanito y Novia me llamaban desde arriba. Yo no sabía si irme con ellos y dejar de vigilar la puerta. ¿Y si salía y no estaba? ¿Qué pasaría entonces? Ellos están bien, pero Mamá es Mamá. Al final, para que no se pusiesen tristes subí y me tumbé otra vez en la cama con ellos. Me abrazaban mientras seguía temblando.
Al final conseguí dormirme y soñar con zanahorias.
Pobres, que mal lo pasan cuando no entienden que pasa. Las mías por suerte no tienen miedo a las tormentas, aunque la pequeña si que está más intranquila. Me encanta que sueñe con zanahorias, jajaja.
ResponderEliminarBesos!
Son adorables ahí. Pero bueno, nada que no se arregle con un abrazo jajaja.
EliminarUn saludo.
JAJAJAJAJAJAJAJ ay que chubasquero mas mono!!!!!!!
ResponderEliminarLe quede ideal jajaja
Eliminar