¡Gua…!
¡Necesito aire!
Mmmm…
¿Por qué demonios hace tanto calor?
¿Me han metido dentro de alguna especie de máquina en la que las personas hacen
comida? Qué mundo más raro este, hay días que cae agua del cielo, otros que
hace frío y que me pongo cerca del aparato que hace de Sol… y luego otros en
los que hace tanto calor que parece que me voy a cocinar.
Además,
entre tanto calor, me siguen obligando a
salir a la calle a todas horas. Que si no me haga pis aquí, que si mejor en
la calle. ¿Cómo quieres que salga a la calle si cuando pongo un pie fuera
parece que me estoy derritiendo? Yo soy
una señorita, así que si quieres que
no lo haga en casa me pones un bote debajo cuando tenga ganas. Yo salir a la
calle en medio de este bochorno…
Pues
hoy, cuando he vuelto de dar un paseo —tortura—, mi hermano me ha dejado subir
con él a su habitación. La verdad es que últimamente estoy consiguiendo que
pase más tiempo pendiente de mí y menos del gordo. Si es que yo le tengo que gustar más, al otro perro no le
gusta hacer nada, solo dormir y comer.
¡Yo juego a tirar! Bueno, cómo os decía, subimos a su habitación. Él se
puso a hacer cosas delante del ordenador, y yo me tiré en la cama. Es incluso
más cómoda que el sofá, te puedes estirar totalmente y no tienes al otro quejándose
por todo. Koko, estás amargado, que lo sepas.
Cuando
estaba tirada en la cama, mi hermano cogió una cosa rara de plástico y le dio a
un botón. Algo se empezó a mover encima de mi cabeza, dando vueltas como si se
tratase de un insecto gigante batiendo sus alas. Que rico que estaría comerse
un bicho así de grande… Y de pronto, fresquito.
Cómo son estos humanos, dándole a un solo botón son capaces de hacer que
llueva, de que sople el aire…
No
os podéis imaginar lo a gusto que estuve allí tirada mientras mi hermano me acariciaba la cabeza. Ojalá me
dejasen siempre estar tan tranquila en vez de estar riñéndome todo el rato… que
no soy tan mala.
Un
rato después mi hermano me llamó. Tenía hambre y quería hacerse algo. Genial,
igual a mí me caía algún trocito. En lo que me fijé en este momento es que, por
mucho que me deje estar más tiempo con él, sigue sin fiarse de mí. ¡No me deja quedarme sola! Ni que le
hubiese roto tantas cosas…
Bajamos
y se hizo un sándwich. Se lo comió lento, mientras yo le miraba fijamente,
diciéndole con la mirada que, por favor, me diese un trocito. Pero nada, ni
caso. Ni una pequeña migaja. Así que cuando terminó le toqué con la patita en
su pierna para que se agachase a acariciarme, y ahí… lengüetazo al canto y a llevarme todos los restos que quedasen en
sus labios. Algo es algo, y estaba bastante rico…
Entonces
me di cuenta de que hoy había sido muy
poco agradecida con él: había puesto el viento para mí, me había acariciado
e incluso me había dado un poco de comer. Además, nada más levantarse me había
sacado de paseo… y yo no había hecho nada por él.
Por
ello corrí al salón, busqué mi tigre de
juguete y se lo llevé para que jugase conmigo. En mi casa les encanta jugar
a tirar. Que a ver, el juego está entretenido y eso, no sé que cosa tan
especial le ven, pero bueno, me sacrifico porque estén contentos. Ay que ver lo
difícil que es ser perro hoy en día.
Tiró,
y tiró, y volvió a tirar. Yo le seguía el juego y tiraba también. Tiene poca
fuerza el pobrecito. Siempre gano yo,
no hay nadie que me gane justamente a tirar. Soy la mejor. Solo me lo quita
Koko y es porque me hace trampas. O me ladra y me dice que me voy a enterar o
me lo quita con la pata. ¡Koko, las reglas son claras! ¡Solo se puede usar la
boca! ¡La boca vale para más cosas que para comer, Tonelete!
Así
que al final, me volví con él a su habitación y nos volvimos a tirar. Él veía
algo en la caja de los brillos y yo me tiré encima suyo, hasta que me aburrí y
me puse a investigar…
Siri