martes, 3 de junio de 2014

De paseo por Alcobendas

La verdad es que hoy ha sido un día un poco raro.
El día empezó como cualquier otro. Mi familia empezó a desayunar: leche, tostadas, galletas de chocolate… mientras a mí siguen poniéndome ese pienso especial para los riñones. Creo que les cuesta pillar un poco las cosas. Mira que llevo ya más de un mes apenas probándolo, pero parece que no se dan cuenta de que no me gusta. En fin. Lo que hay que aguantar… Salí al bosque que hay por detrás de casa con mi madre, me encontré a algunos amigos y jugamos un rato. Bueno, jugamos… yo voy a mi aire, ellos me siguen, pero son perros… y yo soy como una persona, a mi que no me mareen mucho. Llegamos a casa. Todo seguía como siempre. Hasta que llegó la hora de mi segundo paseo.

Me bajaron al garaje, me pusieron ese odioso arnés que ha encogido y me aprieta la barriga (ellos dicen que estoy gordo, pero es que han debido lavarlo con agua fría). Abrieron el coche. ¡Que bien! Con lo que me gusta entrar a mi en el coche a molestar un rato. Sin embargo, esta vez, me engancharon en el asiento con mi cinturón. ¡A traición! . ¿Otra vez en el coche? Si saben que lo odio. Me intenté mover para adelante y me caí en el hueco del asiento, para los lados y me daba contra las puertas, así que decidí quedarme quietecito para no hacerme más daño.




Mi hermano se subió en el coche y me dijo que íbamos a Alcobendas. Mmm, seguro que eso se come pensé. Entonces vamos.

El coche aceleraba más y más. Y a mí se me salían grititos y lágrimas de la velocidad… Que yo soy un machote, yo no lloro nunca.

Poco a poco me fui relajando, hasta que en esa rotonda vi aquellas dos motos de la policía cuyos dueños estaban haciendo parar a algunos conductores.No pude resistirme, tuve que golpear el cristal con la pata y ponerme a ladrar como un loco. Era necesario.

Al llegar a Alcobendas recogimos a una chica. Le di la bienvenida a mi estilo. Ladrando y poniendo cara de rabioso. Soy así, me encanta ver el miedo en las caras de la gente. Luego nunca les haría nada. 

Se sentó conmigo atrás. Llevaba un jersey blanco muy bonito. Así que decidí tumbarme encima de ella para que se fuese con la mayor cantidad de mis pelos posible. Soy adorable.

Volvimos a conducir un poco, y fuimos a una zona con muchos árboles. Entramos y empezamos a pasear. La chica a veces sujetaba mi correa. Pobrecita, estuve cerca de dislocarle un brazo de los tirones que pego. Mi hermano me cogía y empezábamos a correr por los montes. Frena un poquito que yo me canso, pensaba todo el rato.

Seguimos andando. Ellos decían que tenía que ir pegado a la valla que si no nos perdíamos. Fue un buen camino, porque al final encontramos una excursión de niños pequeños. ¡Con lo que me gustan a mí! ¡Sobre todo ladrarles!. Un niño valiente decidió acercarse solo. Ya le tenía en el punto de mira. Podía oler las lágrimas que iba a derramar cuando hiciese el amago de tirarme contra él. Pero mi hermano le dijo que no se acercase, que era mejor que volviese con las dos manos a su casa. Jope Carmelo, no dejas a uno ya ni divertirse. Eres un muermo.

Salimos por un caminito. Yo ya estaba muerto. Mi hermano quería correr más. Y ale venga, corre, estate contento. Lo que tengo que aguantar para que estén felices.

Por el camino vimos a cuatro personas haciendo footing. Pero soy bueno, sólo intenté comerme a uno. 

Al final llegamos a una zona cerrada, donde por fin podían soltarme y dejarme correr un rato. Habían un montón de túneles y cacharros para que los perros hagan deporte y se diviertan. Pero a mí esas cosas no me van. Anduve de un lado para otro, tranquilamente, mientras disfrutaba del viento en mi carita. Además, cumplí mi obligación de que no pasasen ni cinco minutos entre cada vez que iba a pedir que me acariciasen, no se vayan a pensar que ya no les quiero.


Apareció una perrita negra. No sé como se llamaba, pero quería que jugásemos un rato. Yo iba, la hacía caso un poco y me quería ir. ¡Qué pesada! ¡No paraba de seguirme!. Tuve que estar con ella un poco más. Que agobio de perros.

Se encendieron los aspersores. Y aunque realmente odio el agua, como teníamos que volver en el coche, decidí calarme para molestar un poquito. ¿Quién no me querría como perro?.


Ya me rugían las tripas cuando dijeron que era hora de volver a casa. Anduvimos de vuelta hasta que encontramos el coche. Cuando llegué pensé: “se han dejado media ventana abierta. No se les puede dejar hacer nada a ellos”. Estaba tan cansado que me tiré encima de la chica. A ella se la veía tranquila, así que empecé a moverme para intentar jugar un poco con ella. Pero no me entendía. Sólo me pedía que me sentase. No sé si ella querría jugar, pero creo que tenía prisa. Además mi hermano cada vez que me movía me mandaba sentarme. Puede ser a veces un soso, pero al final lo compensa.

La dejamos y me volví a quedar solo detrás. Que gustazo. Todo el sitio para mí. Si hasta le estoy pillando el gusto a esto de ir detrás. Me senté y me pasé todo el viaje de vuelta mirando por la ventana. Pero aún tenía un truco que enseñar. Cuando estábamos entrando a Tres Cantos, me acerqué a mi hermanito y le di con el hocico en la mano. “Mira, mira que he aprendido a hacer” Le dije mientras apretaba el botón del cinturón y me soltaba. Fue muy divertido hacer los últimos cinco minutos de viaje tirándome encima de mi dueño. Veía su cara de sufrimiento mientras intentaba hacer que me sentase al mismo tiempo que evitaba estrellarse contra cualquier obstáculo que encontrase por el camino.


Al final esto me ha gustado. Tengo que repetirlo. Tengo que seguir ampliando fronteras.

¡Guau!

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